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Agitada. Corría y corría. No podía dejar de correr. Hasta que por fin llegó. Llegó donde debía, y no sabía qué lugar era ése. No había vista hacia afuera; tampoco corría aire. Eran pasillos; pasillos y colores. Y puertas. Algunas se abrían y a su vez abrían su paso. Su avanzar comenzaba a realentarse. El aire fue transformándose. El oxígeno se volvía color rosa. Rosa y calor. Al abrirse la última puerta, inevitablemente bajó una escalera. Y se encontró frente a ellas: las cuatro niñas rubias, muy serenas, la invitaron a pasar. Su mente corrió por los recuerdos concientes, pero no; no las reconocía. Ellas se mostraban cálidas, afectuosas y confiadas. No había muebles. No había ventanas. Ni mesa, ni sillas. Ni lámpara ni nada. Un gato blanco y gordo ronroneaba sobre el único colchón mientras balanceaba su cola. Ella seguía parada en la escalera; dudaba de entrar o no. Ahora la escena la veía desde abajo. De pronto sintió un dolor espantoso; un dolor insoportable y punzante que la hizo gritar. El gato, junto a toda su saña, le arañaba la planta de los pies. Mientras, las rubias miraban. Serenas y cálidas. Afectuosas. Confiadas.
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6 comentarios:
Yo creo que tenés mucha facilidad para escribir,sos una mujer muy talentosa y versátil..
me encanta todo lo que hacés!
Aleeee! Millón de gracias!! Sos muy generosa, me halagan mucho tus palabras. Nos vemos pronto! Besos!
Me gustan estas historias con ese color onírico. Todo puede pasar al estar inconscientes y todo tiene su lógica.
Un beso.
Marcela: Eso mismo! Gracias! Besos
Adhiero a "lunaroja", tenés una facilidad para escribir!! Y las cosas maravillosas que producís!
Felicitaciones!
Agos: Muchas gracias mujer! Si sabrás lo que se siente! no? jajaja! Gracias por pasar! Beso!
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