jueves, 24 de septiembre de 2009

La caja de juguetes de Julieta

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Mi sobrinita (y ahijada) Julieta sabe que es muy creativa y tiene muy buenas ideas. Y le dijo a su mamá que ella quería darle ideas para escribir a su Tía Tai (o sea yo). Y entonces nos pusimos a escribir juntas. El disparador fue un cuento/poema escrito por ella misma, con sus hermosas primeras letras. Entonces le pedimos ayuda a toda la familia. Y juntamos muchas cosas para guardar en su caja. Y jugamos. Y sacamos de paseo muchos recuerdos. Y nos emocionamos. Y este fue el resultado.
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........................................Con todo mi amor a la Abuela Tuchi
..........................................................a Papá (Abuelo Osvaldo)
.............................................................a Mamá (Abuela Nelly)
................................................a Gaby y Marce (hermanazos!)
....................a Andy e Ine (hermanitos! y al piojito/a también)
............................................................. a Vale (hermana mía!)
................................................................a Luichi (Cuña-Bichi)
.........................................y a mi más amada "capullito": July
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De la caja de juguetes de Julieta pudimos sacar:
.juguetes reunidos a la hora del té
un oso con su tren
una muñeca que habla por teléfono con su amiga
un dinosaurio suavecito
una torre de cubos
un robot con su tambor
Julia jugando con un elefantito de peluche
una canasta llena de flores
un delfín violeta que salta al agua
y el abuelo que juega con él
un reloj que marca la hora de jugar
una casa de muñecas
los huevitos por nacer de Cloi y Papi
la jaula de Filipón
la abuela cocinando milanesas con forma de corazón
el frasco azul de caramelos
los caramelos
un perrito juguetón
un nene que se sube a un barco de papel
un juguete de mamá
una nena hamacándose en la plaza
un nene durmiendo en su camita
las alas de su angelito de la guarda
los estornudos de papá por las plumas del disfraz de reina
el disfraz de reina
el postre de la abuela de frutillas y crema
una bola mágica de brillitos nevados
cenicienta jugando dentro de una lapicera luminosa
la confidencia del primer amor en auto
el arcoiris del cachete el día del cumple
la bolita de hilo de Julia para dormir
Julia para dormir
Julia
la canción de Daisy de los tíos
las aventuras con Joaquín
un libro de Sara Kay
las orejas más chiquitas que los aritos de la Abuela Tuchi
el corazón de papá al nacer
los primeros pasos
el año
sumas y restas voladoras
una goma que borra todo
la muñeca Valentina de porcelana de mamá
la porcelana de mamá
los rulitos de las letras cursivas
la comida de la cocinita de los dos años
la hamaca del árbol en casa de los tíos
los viajes en barco
los alfajores blancos
la costanera buscando Buenos Aires
la canción Chiquitita de Abba
el primer baile de manito
los zapatos al revés que sabe poner papá
el títere de la rana René
los dedos locos de la abejita de dedos
la abejita Ro
el sol del cinco de julio
los dientitos para el Ratón Pérez
el miedo al Ratón Pérez
un papá Toto Petoto
un salute Pepina
el dulce de leche de la abuela
mi capullito
los besos de trompa dormida
el llanto de Iván por el chupete
la carita hinchada de dormir
las rodillas con frutillas de jugar
las tostadas a la parrilla
el tenedor que casi pincha la mano del abuelo al descubrir las mollejas
las mollejas
y las aceitunas
los lagrimones de la abuela cuando dijo "papá"
el "má" número veinticincomil del primer año
el puchero a la puerta esperando la llegada de mamá
los cachetes imposibles de postre
los rulitos de los abuelos
los cascabeles de colores para Leia
los juegos en casa de Tía Tai
las uñas pintadas "quietita quietita"
los abrazos
las dos colitas
las caras pintarrajeadas
las risotadas de la conga milonga
los besucones
los dedos manchados de colores
todos los colores
y violeta
mucho violeta
nuestro violeta favorito
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lunes, 21 de septiembre de 2009

Convivencia

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........................................................................a mi princesa Leia

Jamás olvidaré aquel día. Era otoño. Despertamos juntas, como siempre. El sol cálido de la mañana acudía a nuestra cita de mimos y bostezos. A las dos nos encantaba desperezarnos, y entre miaus y ronroneos cumplimos con el ritual. Sentí que pude relajar mi columna como nunca. Bostecé gigante. Me sentí aliviada; aliviada de algún pesar que ahora no podía recordar. Me sentía realmente cómoda; despreocupada y confiada de que todo estaría bien. Sería, tal vez, gracias al jazz de la noche anterior y a las velas y al sahumerio; todo esto sumado al sol otoñal que se las ingeniaba siempre para entrar en mi cama. Lo cierto, es que aquella fue una mañana plácida como pocas.
Medio dormida todavía fui a la cocina a tomar mi desayuno. Ella, como todos los días, se tomó unos minutitos más en la cama y después me siguió. Sentí más sed que de costumbre y tuve que tomar y tomar agua por un rato. Ella por su parte hacía lo propio; no nos molestábamos. Lo bueno de tres años de convivencia es que ya nos conocemos las rutinas. Para las dos, las mañanas son sagradas: no se habla hasta estar bien despiertas. Me dispuse entonces a comer mis anillitos; estaban bastantes secos y duros. Aún así, me los devoré como nunca; tenía mucho hambre. Luego, llegó el momento del mate. Fue entonces, que ya despiertas y despabiladas las dos, por fin nos saludamos:
- Buen día – me dijo.

Jamás olvidaré aquel día. Ella preparaba unos mates con mis manos, y yo, quedé muda; no pude ni decir “¡Miau!”.


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viernes, 18 de septiembre de 2009

Perdida

Me pierdo en el tacto
en el vértigo del estómago
en el dulce y suave
vuelo colorido
de vueltas
y formas
con puntos y rayas
de compases
y punzones de dolores

me pierdo
en las heridas de carmín
en la miel
en el perfume de los ojos
en sus destellos
y en su oscuro también

me pierden mis sentidos
y me encuentran mis alas
me llevan lejos
y encontrándome
vuelvo perdida
sabiéndome arte
aleteando
el eterno capullo
de un vuelo fugaz
que nace y renace

porque vive y revive
y se encuentra
y se pierde
siempre

y vuelve

martes, 15 de septiembre de 2009

Destellos

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Fue recién a sus cuarenta y dos años que Jorge comenzó a intuir el sentido de su vida. Al parecer, todo fluía plácidamente, sin modificación alguna más que el constante cambio previsible (o no) de las cosas; nada de qué preocuparse. Sin embargo, hacía cerca de seis meses que Jorge venía teniendo encuentros extraños con gente cada vez más extraña. Esto le provocaba una inexplicable inquietud. No lograba comprender; se preguntaba de dónde había salido esta sensación desconocida, y a su vez, paradójicamente familiar.
La noche previa a su cumpleaños, haciendo un balance de los últimos tiempos, fue que notó esta constante. Cada vez que se encontraba con uno de ellos, se saldaban, se entendían; eran hondas sus almas, eran altas... El tiempo no debería existir para comprender el encuentro. Se reconocían, y de a poco despertaba su raza, se recordaban. Jorge por fin lo supo; a su mente vinieron recuerdos (o deseos futuros) donde se veía reunido con todos ellos, cerrando un pacto, atemporal. Juntos eran el Todo.
Con el correr de los días notó que, de a poco, su entorno y todo se volvía cristal; destellos de un cristal cada vez más puro y transparente. Allí se reflejaba él, en esa gente desconocida y familiar, desnuda y extraña...
Y entonces ahora sí; por primera vez, y por fin, todo tuvo sentido.
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domingo, 6 de septiembre de 2009

Por la hendija

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Todavía con los ojos cerrados, su cara sonrió con placidez. Era una de esas mañanas donde el cuerpo se siente renovado gracias al descanso profundo. Perezosamente volteó en la cama. El sol se desparramaba entre las sábanas. Una vez boca arriba, abrió los ojos. Sintió un sabor amargo en su conciencia; había tenido pesadillas. No recordaba claramente; tampoco quiso hacer esfuerzo por recordar. Un desperezarse lento y sostenido lo fue tumbando de costado. La mañana era de una placidez total.
De pronto, algo en su pecho desapareció. Algo se apoderó de él y terminó de desprenderlo de su propio cuerpo. A toda velocidad. Sintió el vértigo como un agujero infinito en su aliento. Sin peso. Boca abajo. Iba en caída libre. En la mínima fracción del instante de un segundo habitó su eternidad. No había nada alrededor. No había delante. Ni detrás. Tampoco había arriba, y mucho menos abajo. Sin embargo, caía. Caía cada vez más rápido; veloz como quien quiere escapar desquiciadamente del terror; veloz como quien no soporta la demora en llegar. Seguía cayendo. Su cuerpo no era tal; el vértigo había tomado todo su ser. De pronto, un pequeñísimo destello le abrió una hendija al pensamiento. La noche, los textos, las pesadillas… Por un instante (o por toda la eternidad) su mente vagó por ideas borrosas. “Puta, era puta”, pensó. Todo se detuvo. De golpe. “Era idea; era idea y era puta”. La velocidad frenó y en un instante explotó en quietud; quietud tan quieta que ni siquiera el caos se movía; tampoco descansaba. Se refregó los ojos. “Eso era… una puta idea”, se dijo. Con los ojos abiertos ahora, volvió a sonreír con placidez. Se estiró un poco más hacia la mesa de luz, alcanzó su cuaderno, su birome, y empezó a escribirla: “Todavía con los ojos cerrados, su cara sonrió con placidez. Era una de esas mañanas…”
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martes, 1 de septiembre de 2009

Guardianes anónimos

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No importaban ya las razones escritas ni las no escritas. Lo cierto es que se había dado por vencido; resultaba inútil tratar de despegar la espalda de la pared. Todo resultaba inútil: el intento y vencerse. La tortura no tenía fin. Para colmo de males, delante suyo alguien había colocado un espejador de insistires; por lo que cada intento se repetía por millones, que resultaban todos vanos y se convertían en millones de impotencias.
Hasta que por fin un día, el anaranjador de penumbras con sus quehaceres llegó al altillo y abrió la ventana. Una luz cálida inundó la habitación que permanecía desde hacía millones de días en penumbras. Recién en ese momento, el guardián pudo despegar la espalda de la pared. Nunca nadie supo que estuvo ahí, nunca nadie lo vió. Simplemente, el guardián de penumbras, en silencio, a buscar otra oscuridad se fue.
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