martes, 21 de abril de 2009

Regreso

De pronto interrumpió su discurso habitual y observó: un nene comiendo chizitos, el movimiento rítmico y monótono de la gente, un celular sonando… Se dio cuenta de que había perdido el hilo de lo que decía. Y pensó en su Mili. Miró nuevamente al nene gordito que no paraba de masticar y masticar. Sintió asco. Volvió a mirar a la gente. Giró hacia el grandote rubio que lo miraba mal. Y sintió más asco. Seguramente en algún otro momento se hubiera enojado con él y lo hubiera increpado. Pero hoy no; sólo observó. A su mente vinieron de nuevo los ojazos de su chiquita. Una sutil electricidad empezó a subirle desde el punto más profundo de sus entrañas. Al instante se dio cuenta de que estaba congelado, paralizado de movimiento y habla. En una fugaz conexión con la realidad vio que pasaba una estación. Seguía congelado. Nadie en el vagón parecía notarlo, la mayoría disimulaba. Sintió pena. La electricidad nacida en sus entrañas siguió subiendo por su cuerpo; en su pecho se hizo cosquillas y en sus ojos, humedad. Raúl supo definitivamente que no valía la pena seguir allí parado. Y pasó otra estación. Una sonrisa de su Mili valía más que la bolsita pesada y rogada de monedas. Y una estación más. Se dio cuenta de que el cansancio que transpiraba no era el suyo. Por primera vez no anheló su mano; demasiado pesado era ya palpar el hastío ajeno sólo con una. Pasaron tres estaciones, un tiempo que sólo unos pocos advirtieron y unos cuantos disimularon. Raúl, de pronto, empezó a hablar, como si alguien hubiera soltado el botón de “pausa”. Agradeció a todos los pasajeros. Su cara, por primera vez en mucho tiempo, se animó a sonreír hasta las muelas. Empezó a abrirse paso por entre el aire sofocante y denso. Demoró apenas un segundo con cada persona. No hizo diferencias, todos recibieron lo suyo. Saboreó el gusto que tiene el otro lado de la compasión.
Al llegar a la cuarta estación, bajó del vagón y apuró el paso. Raúl sabía que en su casa lo esperaban los ojazos de su Mili. Empezó a correr. Llevaba su cara empapada en lágrimas, y en su única mano, apretada muy fuerte, su inseparable bolsita de monedas, por primera vez, vacía.

(Escena montada sobre descripción de escenario realizada por Denise en el tcl-28)

2 comentarios:

janice dijo...

Vane, me acuerdo de este escenario. Me encantó cómo lo resolviste, digo, la historia que creaste. Y el final me sorprendió. Me gusta mucho como escribís, me llegan las cosas que leo.

Besos,

Javi dijo...

Mientras lee, uno se puede imaginar cada detalle, cada silencio incómodo. Realmente me sentí en ese vagón. ¡Muy buena "vuelta de tuerca", Vane!