martes, 28 de junio de 2011

La siguiente

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Nado las llegadas y limo tus fronteras Me deshielo del tenerte siempre Me derrito de tenerte nunca Me raspo de miel y me abrigo en limón Me estanco de humo y emprendo vuelos subsuelos vacíos Agitada descanso trajines olfateo células y deletreo colores Toco tus recuerdos malvas y broto espinas carnosas tiernas carnívoras Tiemblo como roca y acunada de invierno crezco carezco lleno y me vacío Nutrida para entonces me reinvento vuelo Y claro; sigo
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jueves, 23 de junio de 2011

Persianas

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...Aquella tarde no sería una más. Nos encontrábamos en el muelle disfrutando de lo que había sido, hasta el momento, un día radiante de sol; día de horizonte infinito y agua clara. Todo alrededor era verde y flores. Las mariposas parecían bailar al ritmo del canto de los pájaros. Nuestros ánimos se hallaban muy alegres; habíamos llegado al lugar y resultó ser mucho más hermoso de lo que nos había vendido la agencia de viajes. La casa donde nos alojábamos se encontraba a unos metros de la costa. La inmensidad de aquel horizonte sería nuestra vista durante los quince días de nuestras vacaciones. Recién llegados al pueblo y apenas instalados en la casa de alquiler, no pudimos evitar ir a disfrutar, mate mediante, de una tarde absolutamente plácida en contacto con la naturaleza.
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...El cielo se disponía a regalarnos un diáfano atardecer, cuando una brisa, que al instante se transformó en viento, trajo el típico color plomizo y un aroma a lluvia inminente. La bruma comenzó a descansar sobre las aguas. Tranquilamente, comenzamos a “levantar campamento” y juntamos nuestras cosas para partir. Ya las primeras gotitas de lluvia nos avisaban que el recreo había terminado.
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...Con todo lo nuestro a cuestas, comenzamos a caminar hacia la casa. Nos daba risa las travesuras que el viento hacía en nuestras ropas y en nuestras cabezas. Comenzamos a apurar el paso. La tormenta ya estaba declarada y las aguas comenzaban a agitarse con violencia. Al mirar atrás, pudimos ver como se iba asolando aquel lugar. Nos costó creer el tiempo; habían pasado segundos no más, como mucho uno o dos minutos.
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...Corrimos los últimos metros hacia la puerta para no resultar pasados por agua. Ya a salvo en nuestra casa, observamos el espectáculo a través del ventanal. Apenas podíamos adivinar el muelle, donde segundos antes (minutos tal vez) disfrutábamos del sol. Ya no se distinguían las barandas, desdibujadas por el agua, la bruma y el viento amenazante, que se llevaba consigo todo a su paso.
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...De pronto por entre la bruma clara que no nos dejaba ya ver el paisaje, divisamos una silueta oscura. En cuestión de segundos divisamos otra más. Eran varias; eran muchas. Se acercaban muy lentamente, por entre medio de la tormenta, con una serenidad fantasmal. Eran mujeres de cabellos largos y claros. Nos miraban fijo, inexpresivas, y lentas no dejaban de avanzar hacia nosotros. Nos miramos con pánico; no podíamos entender de dónde salían estas mujeres y su serenidad, que contrastaban profundamente con la violencia de la tormenta. Su avance era lento, y su intención estaba claramente depositada en nosotros.
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...Presos del miedo, tan pronto como pudimos, corrimos a bajar las persianas de madera, ya que sería lo único (creímos) que les impediría el paso. Primero fueron las persianas del living, mientras nos preguntábamos si esto las detendría. Luego corrimos a hacer lo mismo en la ventana de la habitación. Pero allí fue más complicado; las mujeres habían ganado un poco más de terreno. Ya sus brazos abrían los vidrios, y para impedir la bajada total de la persiana colocaban trapos, trozos de sus vestidos oscuros que ellas mismas se rasgaban, sin abandonar su fantasmal parsimonia. Mientras bajábamos la persiana, forcejeamos mano a mano, corriendo el peligro de amputarles las manos a ellas. O a nosotros.
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...El tiempo consumido en esta lucha, nos había hecho olvidar de la otra habitación. Gritamos, les gritamos, nos gritamos. Y ellas seguían avanzando, serenas, con sus ojos blancos, sus ropas oscuras rasgadas y sus cabellos claros. Corrimos. Pero ya era tarde.
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...Ya no hubo contra qué luchar, ni de quién huir. Ya no gritamos. El pánico por fin nos abandonó.
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... Ahora nuestro andar es lento, sereno. Nuestras ropas están rasgadas, y nuestros ojos se han aclarado, al igual que nuestros cabellos, largos, lacios. Y cada día somos más.
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martes, 14 de junio de 2011

El torero sin toro

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.....El aire estaba teñido en sangre. Se sabía mediocre, traidor a su especie; alguien que jamás había acertado. Recordó su último vino, y las tonalidades verdosas y anaranjadas. La ovación, como una lluvia de granates, lo hacía delirar. Su mente no tuvo otra salida que ir hacia donde habitan los colores y las notas musicales. Recuerdos malparidos surgieron como una amenaza acechante, siempre dispuesta a atacar. Fue como un barco a la deriva, timoneado por caballos de marfil compitiendo un desconsuelo. Las interferencias venían desde una eternidad impenetrable, y no cesaban de plasmar lugares en su recuerdo. Intentó dejar todo atrás, dejar para siempre las pérgolas que planeaban sobre su cabeza de jade, los elefantes naranjas remando desde las estrellas y un mundo que no entendía.

.....Hasta que por fin llegó la claridad, clara como el aire, clara de nieve. Estaba hecha de terrones de azúcar y de música de mandolinas derritiéndose en timbales de arroz. El retumbar de las cacerolas se desintegraba como calesitas de telgopor. Y entonces volvió a nevar. Todo se cubrió de esponjas blancas, de babas del diablo y nubes con forma de pompón.

.....Vio cómo desde el piso llegaban ángeles. Tomaron el cuaderno papel araña y se pusieron a dibujar sus silencios, sus años de escuela vencidos, y su desencuentro desde el alma con aquella mujer del vals. Recordó sus labios, desflecados. Disfrutó del contraste entre sus pulmones llenos y el rostro de ella, azulándose más y más con cada intento, con cada espasmo.

.....Las cadenas al fin se soltaron, pero su mente quiso seguir buscando, revolviendo cenizas en ollas de madrugada. Hasta que su conciencia lo dejó en paz; esa abominable paz de los barcos desarmados, de columpios que se esfuman en el aire; paz de soledades sin pantuflas. Paz de sábanas infinitas...
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