martes, 7 de abril de 2009

La Cita (de cuando un personaje quiso ser cuento)

La pasajera muy apresurada indicó al subir: “Hasta Guzmán y Elcano, en Chacarita”. Y Mario Guzmán supo que “el día” había llegado.
Mario Guzmán tiene cincuenta y tres años. Mide un metro setenta y ocho (aunque nadie lo advierte porque casi nunca está parado). Fuma dos atados de Lucky por día. Su voz es áspera y pareciera que le falta el aire al hablar. Sus cejas son gruesas y tupidas, y sus ojos oscuros tienen esa expresión simpática de sol. Lleva su brazo izquierdo mucho más bronceado que su brazo derecho. No usa reloj. Como único accesorio tiene una cadena de plata con una medallita de San Benito colgada del revés.
Mario Guzmán ha sido morocho por siempre, pero desde hace un tiempo sus canas parecen querer ocultarlo. Es por esto, que una mañana, entre cafés y medialunas de grasa en lo del gallego, se ganó el apodo de “El Cano”.
Ciento cuarenta y dos kilos acusó la balanza, hace algo más de seis años, la última vez que Mario Guzmán visitó a un médico. Seguramente la rutina del salamín con queso y aceitunas, y los choripanes jugosos han sumado unos cuantos kilos más. Así es, que su extensa humanidad se desparrama dentro del taxi ocupando mucho más espacio de el que le corresponde.
Mario Guzmán viste como todos los días su camisa celeste de manga corta y su pantalón gris, remendado en lugares donde la vista no llegaría jamás. Le gusta jactarse de que su auto tiene el volante más lustroso de la ciudad. Esto se debe al detalle de la franela, cuidadosamente extendida sobre su panza, que no deja de lustrar y lustrar a ese volante, en cada vuelta de cada esquina.
Separado de su mujer hace diez años, Mario Guzmán pasa diecisiete horas por día arriba del taxi. No tuvo hijos. Hace ocho años se vio obligado a internar a su madre en un geriátrico. Su padre murió antes de que él naciera.
Quién hubiera dicho; en el mismo “Guzmán” de su apellido, en el mismo “Elcano” de su apodo, en la misma intersección donde murió su padre (arrollado por un tren, hace cincuenta y cuatro años) junto al mismo cementerio donde descansan sus restos; quién hubiera dicho, que ese día, después de dejar a su última pasajera, el corazón de Mario Guzmán diría basta.

4 comentarios:

Anita Soledad dijo...

Me gustaaaaa!!!!

Javi dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Javi dijo...

Me quedé sin palabras. Leía ansioso cada línea para llegar al final, y ver cómo acabaría la historia que tan bien tejiste con precisión de titiritero.
Excelente!!! (y hasta la próxima cita)

Wilcho dijo...

Excelente! Un poco distinto a los anteriores, no?