..Yo ya sé que un vestido floreado no lo es todo; pero sin dudas, yo tendría un vestido floreado cuando imagino mi vida completamente feliz.
Habría mucha naturaleza y muchas sonrisas también, todas verdaderas. Porque no es que necesariamente falten sonrisas en esta vida, pero las que hay… ¿quién se las cree? Claro, es coherente con la cultura de hoy; es que está como todo muy nylon, muy compactito, todo virtual…
En esa vida completamente feliz habría un lago, y sería “mi” lago; donde iría a nadar, a flotar. Ahí, me quedaría mirando las nubes; porque habría nubes también, de las que no nublan y tienen formas. Me darían ganas de pintar cada una de las cientos de ellas. Y en esa vida feliz, hasta capaz que las pintaría a todas, o aunque sea sólo a una.
¿Es que habré visto mucho Heidi de chiquita? Claro, nos han enfermado la cabeza, y una después se las ve negociando permanentemente con la melancolía. O será porque “melancolía” es una palabra hermosa, fonética y visualmente hermosa, que se hace imposible escapar de ella. Y tal vez la pobre de Heidi no tenga nada que ver con su pajarito muerto, su Copo de Nieve extraviado, su Clarita paralítica y su abuelita ciega.
Por suerte, una después creció y vio novelas como Topacio: con su protagonista rubia, pobre, ciega e inocente, que tenía encuentros con un pervertido que pretendía aprovecharse de ella y que, para colmo, llevaba la mitad de su monstruosa cara quemada al estilo Freddy Kruger. Después, la pobre sufrida, seguro habrá sido casi hermana de su amado, quien en algún momento se habrá quedado paralítico, luego de que ella recuperara milagrosamente la visión que jamás tuvo. Finalmente, los malos irían presos, enfermarían o morirían solitarios. Los buenos felizmente sanarían, se casarían y comerían perdices por siempre; eso sí, sin engordar.
Demasiado sanas hemos quedado...
Yo, tendría un vestido floreado, mucha naturaleza, muchas sonrisas, y en mi lago habría muchas nubes, para pintarlas a todas. Es posible que me acompañe mi amiga la melancolía, pero de seguro, no invitaría ni a Heidi ni a Topacio. Y a las perdices, tampoco.
.
.